Un invierno largo | EL ESPECTADOR

2022-09-02 18:16:19 By : Ms. Kerry Y

Será un invierno largo en Europa. Es imposible no revisitar las memorias de la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Mientras el mundo se preocupa por dotar los establecimientos públicos con toallas higiénicas y tampones gratuitos para las mujeres, una guerra amenaza con cortar la energía para el funcionamiento de la calefacción tan necesaria en Europa para los últimos meses del año y los primeros del siguiente —por ahora el intenso verano mata gente en las calles—. La guerra —de la que ya pocos por fuera de la cartografía física de su influencia hablan— tiene la acción y la estética de las de vieja data: se va “a por ellos”, en su propio territorio, y se aceita la maquinaria para la construcción de héroes solitarios.

En tiempos en los que la asepsia bélica pregona la eficacia de drones letales capaces de matar a un soldado mientras arrecuesta su AK-47 en la pared para poner su trasero en la taza del inodoro sin dañar los azulejos, la guerra en Ucrania invita masivamente a cavar trincheras, rellenar sacos de arena y escribir diarios a lo Ana Frank. Deliramos. Se abren cada vez más espacios para los animales. En el trabajo, en los centros comerciales, en los aviones. Cada vez más personas certifican científicamente su dependencia emocional de las mascotas, pero también cada vez más cientos de migrantes mueren en los fríos e inmensos mares buscando un certificado que les permita cambiar su destino en un mundo lleno de prejuicios remotos. Nos queda, eso sí, la solidaridad mediática para ambos casos.

Cuando Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, se bajó del avión en Taiwán hace un mes con su impecable sastre en tono rosa vieja y alborotó el escenario de la geopolítica mundial, nadie se fijó en que la congresista también visitaba los tiempos de mediados del siglo XX. En abril de 1951, el presidente norteamericano Harry S. Truman destituyó al carismático general Douglas MacArthur, comandante en jefe de las fuerzas de los Estados Unidos en la guerra de Corea (1950-1953). MacArthur había llevado demasiado lejos sus ambiciones militares, y Truman, pese a que se había hecho político por su participación en la Primera Guerra Mundial como oficial de artillería, sabía que no se podía jugar con China. La tensión constante era con la Unión Soviética en la llamada Guerra Fría, pero ambos habían aprendido hasta dónde llegar para no encender el fuego. China ,en cambio, como potencia emergente tenía el poder del número. En 1957 Mao se lo hizo saber a un dirigente comunista italiano. Ante la posibilidad de una guerra atómica dijo: “¿Quién le ha dicho que Italia vaya a sobrevivir? Quedarán 300 millones de chinos y eso bastará para la continuidad de la raza humana”.

La reacción de China a la visita de Pelosi recuerda esos tiempos: “Estas conductas, como jugando con el fuego, son extremadamente peligrosas. Quienes jueguen con el fuego perecerán por este”, dijeron en un comunicado oficial. Y otra vez apareció el poder del número: “La posición del Gobierno y el pueblo chinos sobre la cuestión de Taiwán es consecuente. Defender resueltamente la soberanía nacional y la integridad territorial es la firme voluntad de los más de 1.400 millones de chinos, y hacer realidad la reunificación completa de la patria constituye la aspiración común y la responsabilidad sagrada de todas las hijas e hijos de la nación china. La voluntad del pueblo no puede ser desafiada y la tendencia de los tiempos no puede ser revertida. Ningún país, ninguna fuerza y ningún individuo debería desestimar la firme determinación, la fuerte voluntad y la gran capacidad del Gobierno y el pueblo chinos de salvaguardar la soberanía nacional y la integridad territorial y materializar la reunificación del país y la revitalización de la nación”.

El mundo estrena sensibilidades mientras las formas del poder recrean los viejos tiempos. Rusia, en una guerra que parece de otra época, amenaza a Europa con el combustible. Será un invierno largo en Europa.